Hace algunos años llevé a mis sobrinos a un acuario, y la imagen que vi allí aún incita mi imaginación. Dentro del tanque había una proyección de luz en forma de pez que se movía constantemente, y los pinguinos la perseguían sin parar. Esta conmovedora imagen me llevó a reflexionar acerca del trabajo por los derechos humanos y el movimiento en favor de la justicia de los que he sido parte por las últimas dos décadas. He venido a vivir como un inmigrante mexicano desplazado cuya familia fue expulsada por políticas extranjeras neoliberales que han afectado negativamente a miles de millones. El dicho común entre muchos de los que hemos sido relegados es: “Estamos aquí porque ustedes están allá”, siendo “allá” nuestras tierras patrias, de las cuales hemos sido arrojados bajo las consignas de democracia y desarrollo. Tengo el privilegio de luchar junto a personas que han estado en la mirilla y que en su día a día toman riesgos y trabajan para cambiar sistemas opresores e inhumanos. Mis mentores, amigos cercanos y familia siempre han sido parte de la lucha para promover una sociedad más humanitaria y orientada al sentido de comunidad. Sus análisis siempre hacen referencia a esa sensación fundamental de estar interconectados unos con otros y con la tierra de una manera genuina, real y humana. Es una percepción primordialmente humana que abarca el todo de la creación y considera esa elaborada y perfecta madeja de la vida como algo sagrado.

No es usual poder presenciar eventos históricos. Nos percatamos de que, con el movimiento de “Occupy”, una chispa que ha inspirado y movido a miles a la acción ha saltado de la hoguera de indignaciones e injusticias que nuestras comunidades de color han tenido que vivir y aguantar por siglos. Estos eventos que estamos presenciando son parte de la historia y nos conciernen a todos. Está ocurriendo un cambio evidente en la forma en que nos resistimos y organizamos, en la forma en que percibimos, emprendemos y formamos nuestras vidas y nuestra sociedad.

 

Es por esta vigorizante concienciación que estamos “re-ocupando” las fechas que alguna vez fueron significativas en nuestra trayectoria hacia la liberación. El 1ero de mayo está a la vuelta de la esquina y ya la pregunta está sobre la mesa para los organizadores, según nos preparamos para nuestra propia primavera. ¿Cómo podemos utilizar esta fecha para crear un movimiento que sea inclusivo y atienda de manera eficaz las varias necesidades de nuestras comunidades? Es alentador que haya participación de representantes de todos los sectores de nuestra sociedad. Ahora es el momento de que cuente el 99%.

 

La imagen de aquella proyección de luz regresa a mi mente, indagando y cuestionando: ¿acaso estamos meramente siguiendo una luz que nos engaña y aprisiona en los mismos patrones de pensamiento y acción, en las instituciones y gobiernos decrépitos que no responden a las necesidades de los muchos ni ayudan a fomentar el bien común? ¿O verdaderamente estamos creando un movimiento que libera y forja comunidades en donde hacer el bien es más fácil que hacer lo deshumanizador?

 

Dan Berrigan alude a esa realidad de modo poético siempre que le preguntan por qué continúa luchando: “Por los niños, dijeron, y por el corazón y por el pan. Porque la causa es el pulso, y los niños que nacen y el pan que crece.”

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